miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mauricio

“Todos somos iguales”, con esta frase resumo el aprendizaje de esta semana, pues tal como vimos en el video acerca de la isla de Mauricio, las diferencias nos enriquecen, y el verdadero éxito lo alcanzamos con la cooperación de las demás personas. No podemos “sinergizar” cuando no vemos a la persona de al lado como un aliado, cuando no colocamos nuestras diferencias a un lado y  nos concentramos en los puntos comunes. Es vital entender que los triunfos que alcanzamos en nuestra vida no son solo nuestros, y es imposible obtenerlos si trabajamos solos, si no valoramos las diferencias de los que nos rodean y cooperamos para alcanzar la victoria mutua.  No encuentro mejor lugar para aplicar esto que en el trabajo, pues lo que yo pueda obtener por mis propios esfuerzos, se triplica cuando busco trabajar con mis compañeros, y luchamos no por el éxito de uno, sino de todos.
Franklin Covey, en su libro los 7 Hábitos de los Adolescentes Altamente Efectivos comenta lo siguiente: “…se logra la sinergia cuando dos o más personas trabajan conjuntamente para crear un mejor solución de lo que ambos pudieran lograr por cuenta propia. No es tu forma o la mía, sino una mejor forma, una más elevada”. La definición es muy sencilla, y más cuando se explica en un video, pero el verdadero reto está en aplicarla, pues va más allá de querer trabajar con los demás, es celebrar las diferencias, tener una mente abierta, y constantemente hallar nuevas y mejores formas de trabajar. Es aquí donde reitero que la sinergia es posible solamente cuando nos consideramos todos iguales, nadie más, nadie menos, iguales. Me refiero a igualdad en condición de seres humanos, los mismos derechos, mas son las diferencias entre nosotros: sexo, etnia, ideología; que crean chispas de creatividad, oportunidades. Lo que no tengo yo, lo tiene el otro, y yo lo necesito; de la misma manera los demás también me necesitan, y en la medida que aprendamos a depender positiva y constructivamente de los demás, el cielo será el límite de nuestro éxito.
Nadie le llama discriminación a la acción de minimizar o apartar a otra persona por su condición socioeconómica, su sexo, o su etnia, porque hacerlo sería desafiar lo que la sociedad nos ha enseñado por tanto tiempo. Años han pasado, y lo que se sabía que estaba mal, se ha constituido en algo normal, en algo que todo el mundo hace, y ciegamente asumimos que es lo correcto. Vivimos en una sociedad egocéntrica, donde mis logros son míos y de nadie más, y donde mi éxito se construye sobre el fracaso del otro. Ciertamente nadie puede afirmar  que nunca ha sido perpetrador de un acto de discriminación, porque la verdadera lucha es no hacerlo, es ir contra corriente, contra lo que es aceptado por la sociedad a la que pertenecemos, por valorar a cada persona por lo que es, especialmente por lo que nos diferencia. La discriminación se encuentra tan arraigada, tan camuflada, que son solo ejercicios como estos los que nos hacen abrir los ojos, y darnos cuenta de una realidad injusta, miserable que tienen que vivir muchas personas, y nosotros simplemente no estamos haciendo nada; porque igual de malo es cometer el daño, como no hacer nada para detenerlo, estando consciente de su existencia. Hay estereotipos que eliminar, hay ideologías que desechar, hay estándares que desafiar; pues solo así alcanzaremos la igualdad de la que tanto hablamos.

El aprendizaje de esta semana lo compartí con mi mamá. Ella me comentó que durante su niñez vivió varios años en Líbano, ante una cultura incompatible con lo que llamamos la paz y democracia costarricense. Su papá falleció estando ella con sus hermanos en esta tierra extranjera, dejando a mi abuela con 4 hijos, todos pequeños, hablando español en un país árabe. Me explicó que vivieron en carne propia la discriminación por sexo, y étnica, cuando mi abuela lucho por meses en los juzgados para recuperar la herencia que les había sido robada, en una sociedad increíblemente machista. “Es de todos los días encontrarse con casos de discriminación, de todo tipo, sería imposible no hacerlo, pero es nuestro deber luchar por el respeto, por la igualdad como seres humanos”, me dijo. 

Referencias:

Covey, S. (2006) Los 7 Hábito de los Adolescentes Altamente Efectivos. México: Debolsillo  


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